El viejo Madero apoyó la cabeza en sus rugosas manos fuertes, sobre el escritorio del general Roca. Aquel 21 de diciembre de 1885 se acababa de retirar del despacho presidencial ese personaje que era Estanislao Zeballos, que había acudido a recabar del vicepresidente a cargo del Poder Ejecutivo algunos datos para escribir un trabajo sobre la revolución de los Libres del Sur en el diario La Prensa. Su memoria le hizo dar un largo recorrido. La revolución del Sur ¡Aquellas galopeadas, aquellos fríos, pajonal y pajonal, cañadón, escarcha y horizonte! Desde julio del 39 anduve recorriendo Monsalvo y los Montes Grandes para arreglar que la gente estuviera lista el día de la rebelión. Leguas y leguas a uña de caballo, con esos vientos que cortan la cara y vigorizan el espíritu, entre los espartillares y juncales del Tuyú, con el agua dando en las caronas, las patas encogidas para no mojarse. Lavalle le había escrito a Pedro Castelli, su antiguo compañero de armas, para que encabezara el alza
De como Juan Pedro Rearte hizo su entrada en el siglo XX El discutible principio popular de que «no hay dos sin tres» nunca fue más objetable que en el caso de Juan Pedro Rearte. Este viejo criollo, que había sido durante quince años cochero de la Compañía de Tranvías Ciudad de Buenos Aires, se fracturó una pierna hacia fines de la centuria pasada. Fue el suyo un accidente alegórico de fin de siglo: el tranvía que dirigía se llevó por delante la última carreta de bueyes que cruzaba las calles del centro. En «El Diario» de Láinez se destacó este episodio urbano como un postrer incidente de la lucha entre la Civilización y la Barbarie, y así, en virtud del descuido que le impidió detener los caballos de su coche en la barranca de la Calle Comercio ( Humberto I ), Rearte fue investido por el anónimo cronista, del carácter de símbolo del Progreso. El involuntario agresor de la última carreta tucumana fue llevado al Hospital de Caridad, en una de cuyas salas aguardó, con la paciencia